Un informe producido por la Organización Mundial de la Salud acaba de alertar sobre la incidencia que ejercen los agentes contaminantes sobre la salud de los niños menores de 5 años de edad, enfatizándose que, si bien en la actualidad toda la población se encuentra expuesta a diversos riesgos ambientales, son los niños los más vulnerables.
Tal como se detalló en la información publicada en este diario, existe una diversidad de males -diarreas, enfermedades respiratorias, alergias, afecciones en la piel, entre otras de mayor gravedad- que suele ser producto de los distintos tipos de contaminación. Y lo que ahora se comprueba es que los niños son los más expuestos, al punto de que pese a representar apenas el 10 por ciento de la población mundial, los menores de cinco años de edad soportan el 40 por ciento de las enfermedades atribuidas a factores ambientales.
Tales referencias se conocieron cuando en La Plata terminan de darse los primeros pasos para organizar el 36° Congreso Argentino de Pediatría que se desarrollará el año próximo en Mar del Plata. Según anticipó la profesional platense que será presidente del encuentro, uno de los objetivos fundamentales de ese congreso va a ser el de jerarquizar el rol del clínico pediatra frente al nuevo escenario impuesto por el número creciente de patologías derivadas del impacto ambiental.
Se indicó, asimismo, que más de la mitad de los pediatras reconoce haber atendido a pacientes seriamente afectados por diversas exposiciones al ambiente. Así lo muestra una encuesta de la Sociedad Argentina de Pediatría que señala que los principales factores ambientales que afectan a los niños en nuestro país son el aire exterior, el agua de consumo y el aire del interior de los propios hogares, contaminado muchas veces por humo de cigarrillos, residuos de los sistemas de calefacción y otros agentes.
Desde luego que son múltiples las causas que inciden en la salud de la población infantil, entre las cuales se puede mencionar a los programas de vacunación -en la medida en que se cumplan o no-, a la debida nutrición o a la obesidad, a los accidentes domésticos, entre muchas otras. De allí que resulte oportuno que se aborde ahora con especial énfasis la incidencia de los factores contaminantes en la salud infantil.
Por cierto que un mayor celo preventivo de la población, especialmente en el seno de cada uno de los grupos familiares, para identificar y eventualmente evitar esas incidencias, resulta prioritario. El caso del agua domiciliaria -por dar uno de los ejemplos más conocidos- reclamaría la conveniencia de que se realicen controles que autoricen o impidan su consumo, ya que los médicos aquí siempre señalaron que los menores de edad carecen de defensas y están mucho más expuestos que los adultos.
De todos modos, además de las medidas de fiscalización que cada familia pueda adoptar, es evidente que sólo la presencia del Estado, a través de los programas que deben impulsarse, puede garantizar una política preventiva eficaz y sostenida.